El clásico francés que nunca falla
Pocas cosas evocan tanto la elegancia de la repostería francesa como una buena crème brûlée, también conocida como crema quemada. Este clásico atemporal se caracteriza por una textura cremosa y suave en contraste con la capa crujiente de caramelo que se rompe con la cuchara como si fuese vidrio dulce. Se sirve en cazuelitas de barro o ramequines y se cocina al baño María para lograr esa textura tan delicada y sedosa.
Lo mejor de esta receta es que, aunque parezca un postre de alta cocina, es muy fácil de preparar tanto en robot de cocina como a mano, y puedes hacerla con antelación. De hecho, necesita reposar en frío varias horas, lo que la convierte en una opción ideal para dejar lista el día anterior si tienes invitados.
Una vez pruebes esta crème brûlée hecha en casa, te costará volver a la de restaurante.
¿Sabías que…?
La vaina de vainilla utilizada en la crème brûlée proviene de una orquídea tropical y es uno de los ingredientes más aromáticos y valorados del mundo. Su precio solo es superado por el del azafrán, debido al laborioso proceso de cultivo, polinización manual y secado al sol. Por eso, aunque una sola vaina parezca costosa, su intensidad natural permite perfumar todo un postre con una fragancia cálida e inconfundible. Un lujo sencillo y elegante, como esta crema quemada.
Beneficios Nutricionales
- Fuente de proteínas: gracias a las yemas de huevo, esenciales para la regeneración celular.
- Alta en calcio: la nata aporta calcio necesario para huesos fuertes y sanos.
- Grasa de calidad: la nata entera también proporciona energía sostenida y saciedad.
- Vainilla natural: la vaina de vainilla contiene antioxidantes y compuestos aromáticos que elevan el sabor sin necesidad de más azúcar.
Ingredientes (para 4-6 porciones)
- 5 yemas de huevo
- 90 g de azúcar blanca
- 500 ml de nata (35% M.G.)
- 1 vaina de vainilla
- 1 cucharadita de extracto o esencia de vainilla
- Azúcar moreno (para caramelizar)
Elaboración (con robot o a mano)
- Empieza cortando la vaina de vainilla a lo largo y raspa las semillas con la punta de un cuchillo. En un cazo, calienta la nata junto con la vaina y las semillas. Justo cuando empiece a hervir, apaga el fuego y deja infusionar tapado durante 10 minutos.
- Mientras tanto, en el bol del robot de cocina (con varillas), mezcla las yemas con el azúcar blanca. Si usas un robot tipo Kenwood, pon velocidad 2 durante unos 3 minutos, hasta que la mezcla blanquee. Si lo haces a mano, bate con varillas manuales o eléctricas hasta que la mezcla esté pálida y espumosa.
- Retira la vaina de la nata y, con el robot en velocidad mínima o manualmente batiendo con suavidad, ve añadiendo poco a poco la nata templada sobre la mezcla de yemas y azúcar, sin dejar de remover para evitar que las yemas cuajen. Añade también la cucharadita de extracto de vainilla.
- Una vez integrada, cuela la mezcla con un colador de malla fina para eliminar posibles grumos y burbujas. Vierte en ramequines o cazuelas de barro aptas para horno, dejando un pequeño margen sin llenar.
- Tapa cada recipiente con papel de aluminio y colócalos en una bandeja de horno profunda. Llena la bandeja con agua caliente hasta la mitad de los recipientes (baño María). Hornea a 160 °C, calor arriba y abajo sin ventilador, durante 60 minutos. Al terminar, apaga el horno y deja enfriar dentro con la puerta entreabierta.
- Cuando estén a temperatura ambiente, retira el papel de aluminio, cubre con film y refrigera al menos 8 horas, idealmente hasta el día siguiente.
- Antes de servir, espolvorea una capa fina de azúcar moreno sobre cada crema. Con un soplete de cocina, carameliza el azúcar hasta que quede dorado y crujiente. Sirve inmediatamente: ¡el sonido de la cuchara rompiendo la superficie es parte del ritual!